Un nuevo comienzo

febrero 06, 2020

Capítulo I

¿Quién honra a los que amamos con la vida que vivimos?
¿Quién envía monstruos a matarnos y al mismo tiempo canta que nunca moriremos? ¿Quién nos enseña qué es real y cómo reír frente a las mentiras? ¿Quién decide por qué vivimos y por qué daríamos la vida?
¿Quién nos encadena? ¿Y quién tiene la llave que puede liberarnos?
Tú Mismo. Tienes todas las armas que necesitas. Ahora pelea.[1]



No suelo usar mi nombre para hablar de mí, siento que no me define, que es más  una decisión ajena, un recuerdo muerto que debo revivir para convencer a la gente que se dé que hablo. La persona de la que menos me siento orgullosa un ente del pasado en lugar de mi verdadera esencia.

Nunca me sentí siendo yo, creo que todo empezó desde que mi cuerpo dejó de ser mío por decisión ajena, era muy pequeña, lo que hizo todo más profundo y difícil de olvidar, me convencí de que no eran recuerdos, hasta que tuve conciencia de la atrocidad que encerraba en mi cabeza y en mi cuerpo.
¿Seguía siendo mi cuerpo así yo no estuviera ahí?

La creatividad de tener la mente en todos los lugares posibles menos donde estaba, como un escape a la realidad, pero ahí estaba, no tenía voz, aunque gritara y llorara el peso de su cuerpo me aplastaba hasta el alma, ojala morir, pensaba.

Me sentía muda, todas mis pesadillas se reducían al silencio ensordecedor, no podía hablar, la culpa apagaba la voz en cada intento por buscar ayuda. Estar rota, no valer lo suficiente como para que mis padres me llevaran con ellos. Ojala estar soñando pensaba.

¿Me iban a creer? Balbucee mi verdad y la humillación vino, por un tiempo la monstruosidad se detuvo, pero yo sabía que volvería, el pesimismo empezó a forjar su raíz en mi hasta la médula, me persiguió hasta el lugar que consideraba más seguro, allí también me robó la oportunidad de ser una niña normal, de solo preocuparse porque vestido ponerle a mi muñeca, la normalidad de otros en mi caso era trivialidad, mis preocupaciones a los 6 años eran que por favor dejaran de abusar de mí. Por favor.

Desde entonces la muerte se asomó en mi mente como una maravillosa opción, odie cada centímetro de mí, odie los espejos, el reflejo de mi rostro, ese cuerpo extraño que se decía mío, odie mi voz, mis manos que no me salvaron, odie mis pies por no correr, odie mi cabello y  sobre todo odie mi nombre.

Él traspasó mi cuerpo, me llenó de heridas, me destruyó por los años que se le antojó, me apagó el grito una y otra vez, su rutina de monstruosidad  desvalijó mi cuerpo, me convirtió en un objeto, una piedra, una cueva, un residuo, inhumana, incorpórea, silenciosa, horrorosa.

Lo he aceptado pero no lo quiero, he llorado rosas, he llorado espinas, he llorado tiempos, he llorado esquinas, me he marcado el cuerpo, me he cortado la vida, he saboteado mis sueños, he hecho todo lo posible por destruirme tantas veces que tuve que reinventarme.

Las heridas eran muy profundas, atravesaban lo que estaba destinada a ser, por lo que me restaba ser con los despojos, me castigué de muchas formas, entregué mi cuerpo al hambre por muchas semanas, me vi las costillas y me sentí viva muriendo, al fin podía controlar mi cuerpo, dejé que la amargura me blindara totalmente y la costra endurecida salió al mundo, los insolentes me llamaron “amargada” no los culpo, desde afuera el infierno siempre parece un paraíso.

Toda mi vida tuve pesadillas con ser muda, estar sin voz era una de las cosas que más terror me daban, pero aprendí a vivir intentando “ser normal” dejé a un lado a esa persona que llamaron mis padres como la llamaron,  ella reclamaba atención, era como tener encerrada a una niña indefensa en el sótano, por ratos me sentía una asesina, estaba siendo alguien que no era, para que nadie se sintiera mal con mi tragedia.

Pero las tragedias están dispuestas a aparecer en cualquier momento, había vivido en una mentira todos esos años y mi cuerpo empezó a enfermarse, se debilitó a tal punto que empezó a pudrirse, el cáncer se apoderó de mis cuerdas vocales y entonces ya no era pesadilla, era verdad que podía quedar muda.
El milagro de la vida palpitó en mí, mis despojos fueron salvados, por mucho que quise morir la vida siempre se aseguró de florecer con fuerza en mí.
Me di por vencida con la muerte.

Me oculté en los libros y en las letras, me convencí de que podía escribir otra historia, la ayuda llegó con los años directamente desde el cielo, el amor eterno que llaman Dios se materializó en una persona llamada Yacenis, tan pequeña y tan sabía me curaba con sus palabras, siempre quise tener una familia como la de ella, pero pude consolarme con su amistad y su legado. Conservé la distancia con la niña interior, le quité la voz y dejé que se ahogara en silencio.

Las heridas fueron saliendo a la luz de una manera u otra, ataques de pánico, enfermedades, depresiones, intentos de suicidio, anorexia, insomnio, apatía, etc, pero el tiempo no se detiene sólo porque tú lo necesites, alterné mi vida con otra, dos versiones en mi subsistían, podía ser la mejor persona del mundo y al otro día destruirlos a todos, llegué a ser llamada “indescifrable” Los insolentes siempre confunden un corazón roto con cualquier rata muerta.

Con los años ni mi vocación fue suficiente para mantenerme en ese lugar tenebroso llamado casa, los abusos habían parado por varias décadas, pero el miedo estaba presente en cada noticia de su regreso, un llamado desde lo más profundo de mi ser me llevó a dejarlo todo, me fui lo más lejos posible y volví a perder el norte, me dejé envolver por un concepto de amor que es más excusa que otra cosa, me llené nuevamente de miedo, nunca quise que me vieran como me estoy mostrando aquí, era preferible morir que ser “avergonzada” hasta este punto.

Volví a esconderme, volví a sabotearme, volví a destruir todo y a todos a mi alrededor, necesitaba confirmar la teoría de que era un ser despreciable desde antes de nacer y por eso me violaron por tantos años, debía existir una razón de peso para que la desgracia de mi existencia se mantuviera a pesar de todo.

Soy mala, no soy suficiente, no merezco amor, no debería estar viva, nadie te ama, no mereces que nadie te ame, las palabras que me acompañaron por más de 20 años volvieron a aparecer, hice todo por ser ella y convencer a la persona que más he amado en mi vida de que no merecía nada de él. Su ausencia rompió mi existencia en dos, le dio paso a la transformación que proclamé por años y que nunca experimenté en realidad, ya no era posible un dolor peor que ese. La presencia de Dios era un silbido después del terremoto, una calma me llamaba a sus brazos y debía detener mi camino.

Volví a viajar, hasta que entendí que no era el lugar, no eran los demás, era yo y debía hacer algo de una vez, enfrenté mi peor temor en la vida, el cordón umbilical alrededor de mi cuello asfixiante y abrasador me terminó de romper, los pedazos esparcidos reptaron en el vacío de las lágrimas ocultas por tantos años, no había culpable, el perdón como única opción y al mismo tiempo mi mayor miedo, había odiado tanto mi concepción que escuchar sus historias helaban mi sangre.   

Ella tampoco tenía la culpa, meses enteros como preludio al fin de años de espera, en medio de una conversación su silencio se envolvió en llanto y el miedo de pronunciar un “lo siento” tardío pero igualmente anhelado, una verdad atravesó su garganta y falleció en un grito desesperado ante la verdad temida.

La libertad de una verdad horrorosa, la aceptación del hecho más que de las razones, el descanso al fin, sin miedos, sin razones para ocultarse, entregué mi corazón a Dios para ser sanado, la alegría de estar viva, la revolución del amor propio.
No hay razón para lo que me paso, no puedo hacer nada por cambiarlo, pero si puedo convertir en sabiduría las verdades y las mentiras que me acompañaron toda la vida. Es posible que tu historia no se parezca a la mía y que en este momento no parezca nada tu tragedia actual ante todo lo que acabo de contarte, sin embargo es importante, tu eres importante, tu dolor lo es, lo que callas también, quiero compartir contigo las teorías que me ha dejado todo lo anterior expuesto, como una garantía de que por supuesto sé de qué hablo cuando hablo de amor propio, no es tan difícil solo hay que bajarle volumen al drama interior.


[1] Sucker Punch. Dirigido por Zack Snyder. 2011; Estados Unidos:
Warner Bros. Pictures / Cruel, Unusual Films / Legendary Pictures / Lennox House Films

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