El día que asistí a mi propio funeral.

junio 30, 2018

No recuerdo ya si los días que estuve contigo tenían una luz distinta a los demás;como me ha pasado otras veces,cuando he estado enamorada.

Sucedió como suceden todas las tragedias en este mundo, sin previo aviso, solo empecé a inundarme de sentimientos, me enamoré en el peor momento de mi vida, en medio de una crisis existencial que me hizo escoger la soltería como terapia, me di cuenta que estaba enamorada cuando se suponía no debía, y  actué desmedidamente, sin tener en cuenta los estragos de mi actos.

Quería estar sola, la revelación llegaba en un momento de debilidad, las palabras no fueron suficientes, había mucho daño de por medio, muchos días de espera, transformados en resentimiento del más puro y venenoso, de parte y parte, porque tú también odiabas amarme al igual que yo a ti, era lo único en lo que estábamos de acuerdo. Odie con toda mi alma tu sinceridad repentina, tus “ganas” de amarme de la nada, odié cada palabra de "amor", un "amor" insulso que de la nada te dio por profesar.
Para mí tus palabras más sinceras fueron la de ese 1 de Julio del 2014, cuando lleno de odio y de rabia fuiste tú en toda  tu esencia, me acribillaste de manera quirúrgica, cada palabra más terrible que la anterior, la descripción sincera de tu verdadera percepción de mí.

Asistí a mi propio funeral, tu réquiem aún sigue mereciendo un Òscar,  y si, lloré apenas colgaste, me tiré al piso, grité “Te odio”, como nunca, me arrepentí de todos y cada uno de mis días junto a ti, odié mi disfraz de mejor amiga, odie mi disfraz de insensibilidad, te odie a ti por conformarte con parte de mí y por considerarme muy poco para ti, solo porque yo te convencí de que ese monstruo era yo. Te odié por mediocre y por hipócrita.
Todo compartido en medio del teatro que teníamos montado para cada uno de los implicados, una explicación de por si ridícula, pero suficiente, suficiente para no sentirnos tan mal al estar jugando el uno con la vida del otro.

No recuerdo cuál era tu color favorito, ni si llegué a saberlo.
No recuerdo la cara de tu madre, ni el olor de tu casa, ni si alguna vez hablaste de los tuyos o si eras capaz de quererlos. No recuerdo ya si los días que estuve contigo tenían una luz distinta a los demás; como me ha pasado otras veces, cuando he estado enamorada. Me veo, sin embargo, sentada y llorando, con los ojos anaranjados, deseando que me invada un sol que se pone y sólo desapareciendo, me deja con más ganas de las que jamás me provocó tu nombre. No recuerdo que hiciéramos el amor.
¿Qué tipo de amores el que no se hace?
No recuerdo quererte, pero recuerdo pensar que lo hacía. Y vaya, me ha destrozado esta tristeza. Soy incapaz de recordar un solo momento que hiciera merecer la pena el hecho de que un pedazo de mi vida pudo estar, absurda y vergonzosamente, entre tus manos.
Por un segundo he sido aquel desierto que reconoce su sequedad en silencio y he notado sobre mi espalda el peso de la losa en que se ha convertido el tiempo que perdí contigo.
Siento una pena atroz por mí, por mi ilusión, pero me consuela la sencillez con la que te he olvidado.
Ahora sé que se puede inventar un amor, pero es imposible querer a una invención.  
Andrea Valbuena


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